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miércoles, 13 de junio de 2012

Socialización Primaria. Educar en valores.

Antes de ponerse en contacto con sus maestros, muchos niños ya han experimentado la influencia educativa del entorno familiar y de su medio social, determinantes, cuando no decisivos durante la mayor parte de la educación básica.

En la familia, el niño aprende, o debería de aprender, aptitudes tan fundamentales como hablar, vestirse, asearse, obedecer a los mayores , proteger a los más pequeños, compartir alimentos y otros dones con quienes le rodean, participar en juegos colectivos respetando reglamentos, distinguir de manera elemental entre lo que está bien y lo que está mal, etc.

Estas aptitudes inculcadas en los niños son conocidas como socialización primaria y si se ha realizado de modo satisfactorio, cabe esperar que la enseñanza en la escuela sea más eficiente.

Los valores que se desean propiciar no son fáciles de comprender ni de realizarse en la niñez, siendo conveniente distinguir los procedimientos de enseñanza que se realizan en la familia y en la escuela para tal fin.

En la familia las cosas se aprenden de un modo bastante distinto a como luego tiene lugar el aprendizaje en el ámbito escolar. Un factor importante es la cercanía afectiva entre el niño y el educador o familiar, por lo que la enseñanza se apoya más en el contagio y en la seducción, que en lecciones objetivamente estructuradas, como sucede en la escuela. En el ámbito familiar también se cuenta con un elemento de coacción o de presión mucho más eficaz que el ejercido en la escuela: la amenaza de perder el cariño del padre o la madre, del abuelo o la abuela.

Para Savater el principal motivo de nuestras acciones sociales, incluyendo la edad infantil, no es el deseo de ser amado (aunque sea un valor muy importante) ni el ansia de amar (que aparece en ciertas etapas de la vida) sino el miedo a dejar de ser amado por quienes más cuentan para nosotros en cada momento de la vida: los padres en un principio, los compañeros o amigos posteriormente, e inclusive, al final de la vida, los hijos y los nietos.

La familia representa la fuerza que guía y motiva las acciones del niño, en cuanto éste no quiere dejar de ser amado. Educarlo amorosamente, permite al niño sentirse fuerte y desear que ese sentimiento se mantenga.

De ahí que se considere que, los niños felices en su infancia nunca se recuperan del todo de la pérdida de esta etapa y, a su vez, ese sentimiento de amor del que se rodean les infunde una confianza en el vínculo humano que difícilmente puede destruirse, incluyendo el que se establece en el proceso educativo,. Aunque por desgracia, sucede todo lo contrario cuando un niño no es amado en su infancia.

El ideal familiar consiste en propiciar esta felicidad en el niño, es este valor lo que justifica y compromete socialmente a la familia. Hay que aclarar que este niño feliz no es el niño mimado o súper protegido.

La educación familiar funciona por vía del ejemplo, está apoyada por gestos, humores compartidos, hábitos del corazón, chantajes afectivos, junto a la recompensa de caricias o por el contrario de castigos.

Por eso, lo que se aprende en la familia tiene una gran fuerza persuasiva, que en el mejor de los casos sienta las bases de principios morales estimables pero que, al mismo tiempo, en los casos desfavorables hace arraigar prejuicios que más tarde serán casi imposibles de extirpar.

En la actualidad, la familia no cubre plenamente el papel de socializar al niño, por lo que la escuela no sólo no puede efectuar su tarea específica, sino que empieza a ser objeto de nuevas demandas, para las cuales no está preparada.

Con mayor frecuencia, los padres u otros familiares a cargo del niño sienten desánimo o desconcierto ante la tarea de educarlo en el ámbito del hogar y lo abandonan a los maestros, mostrando luego tanto mayor irritación ante los fallos de éstos, aunque no dejan de sentirse culpables por la obligación que rehuyen.

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