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En la familia, el niño aprende, o debería de aprender,
aptitudes tan fundamentales como hablar, vestirse, asearse, obedecer a los
mayores , proteger a los más pequeños, compartir alimentos y otros dones con
quienes le rodean, participar en juegos colectivos respetando reglamentos,
distinguir de manera elemental entre lo que está bien y lo que está mal, etc.
Estas aptitudes inculcadas en los niños son conocidas
como socialización primaria y si se ha realizado de modo satisfactorio,
cabe esperar que la enseñanza en la escuela sea más eficiente.
Los valores que se desean propiciar no son fáciles de comprender ni de realizarse en la
niñez, siendo conveniente distinguir los procedimientos de enseñanza que se
realizan en la familia y en la escuela para tal fin.
En la familia
las cosas se aprenden de un modo bastante distinto a como luego tiene lugar el
aprendizaje en el ámbito escolar. Un factor importante es la cercanía afectiva
entre el niño y el educador o familiar, por lo que la enseñanza se apoya más en
el contagio y en la seducción, que en lecciones objetivamente estructuradas,
como sucede en la escuela. En el ámbito familiar también se cuenta con un elemento de coacción o de presión mucho
más eficaz que el ejercido en la escuela: la amenaza de perder el cariño del
padre o la madre, del abuelo o la abuela.
Para Savater el principal motivo de nuestras acciones
sociales, incluyendo la edad infantil, no es el deseo de ser amado (aunque sea
un valor muy importante) ni el ansia de amar (que aparece en ciertas etapas de
la vida) sino el miedo a dejar de ser amado por quienes más cuentan para
nosotros en cada momento de la vida: los padres en un principio, los compañeros
o amigos posteriormente, e inclusive, al final de la vida, los hijos y los
nietos.
La familia representa la fuerza que guía y motiva las acciones
del niño, en cuanto éste no quiere dejar de ser amado. Educarlo amorosamente,
permite al niño sentirse fuerte y desear que ese sentimiento se mantenga.
De ahí que se considere que, los niños felices en su
infancia nunca se recuperan del todo de la pérdida de esta etapa y, a su vez,
ese sentimiento de amor del que se rodean les infunde una confianza en el
vínculo humano que difícilmente puede destruirse, incluyendo el que se establece
en el proceso educativo,. Aunque por desgracia, sucede todo lo contrario cuando
un niño no es amado en su infancia.
El ideal familiar consiste en propiciar esta felicidad
en el niño, es este valor lo que justifica y compromete socialmente a la
familia. Hay que aclarar que este niño feliz no es el niño
mimado o súper protegido.
La educación familiar funciona por vía del ejemplo,
está apoyada por gestos, humores compartidos, hábitos del corazón, chantajes
afectivos, junto a la recompensa de caricias o por el contrario de castigos.
Por eso, lo que se aprende en la familia tiene una
gran fuerza persuasiva, que en el mejor de los casos sienta las bases de
principios morales estimables pero que, al mismo tiempo, en los casos
desfavorables hace arraigar prejuicios que más tarde serán casi imposibles de
extirpar.
En la actualidad, la familia no cubre plenamente el
papel de socializar al niño, por lo que la escuela no sólo no puede efectuar su
tarea específica, sino que empieza a ser objeto de nuevas demandas, para las
cuales no está preparada.
Con mayor frecuencia, los padres u otros familiares a
cargo del niño sienten desánimo o desconcierto ante la tarea de educarlo en el
ámbito del hogar y lo abandonan a los maestros, mostrando luego tanto mayor
irritación ante los fallos de éstos, aunque no dejan de sentirse culpables por
la obligación que rehuyen.
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